Texaco ha sido condenada por el juez Pierre N. Leval (en la foto), del Southern District Court de Nueva York, por permitir a sus empleados hacer fotocopias de artículos de revistas científicas a las que la empresa está suscrita.
La American Geophysical Union hizo la acusación, sostoniendo que Texaco “no hacía el uso debido de las revistas”.
Uno de los técnicos de la empresa, Donald H. Chickering II, fue seleccionado como testigo: le habían sido encontradas varias fotocopias de artículos de diversas revistas científicas y técnicas. Chickering se defendió diciendo que
“necesitaba fotocopias con preferencia a los originales, porque le gusta hacer anotaciones en los márgenes y porque se lleva las fotocopias al laboratorio donde pueden estar expuestas a materiales corrosivos, sin que así se estropee el original. Necesita una fotocopia porque ocupa menos espacio: 8‑10 páginas se pueden llevar fácilmente a casa o meter en un fichero, que no la revista completa de 200 páginas, y mucho menos el volumen anual encuadernado”.
El juez Leval, aunque admitió que no es probable que ninguna empresa se suscriba a tantas copias como empleados lean las revistas, hizo un exagerado panegírico del Copyright Clearance Center (CCC) que se encarga de trasvasar derechos de copyright a los autores que lo declaran en los artículos, pagados voluntariamente por los que hacen fotocopias.
Se dice que otra empresa química, la Monsanto, ahora sólo permite a sus empleados hacer fotocopias de los artículos en los que consta el acuerdo con el CCC.
La decisión del juez Leval ha causado un gran revuelo, poniendo de manifiesto una vez más la complicada problemática de los derechos de autor, que está sin resolver.
Texaco apeló sin éxito, y finalmente en 1995 llegó a un acuerdo extrajudicial.
Existe la creencia que más que ayudar a las editoriales a recuperarse de sus maltrechos negocios por la disminución del número de suscriptores a las revistas, la sentencia ha clavado un clavo más al ataúd de las editoriales científicas y técnicas convencionales.
El futuro está en la incipiente publicación electrónica y distribución por red, aunque esto traerá unos nuevos y aún poco conocidos problemas de propiedad intelectual. Los editores han sido hasta ahora unos grandes mediadores entre los autores y los lectores, pero ante las nuevas tecnologías se han atrincherado para hacer una función que comienza a ser obstructiva del libre fluir de la ciencia, sólo para defender sus dineros.
El proceso editorial actual ha entrado ya en una lenta agonía en una sociedad que avanza hacia el proyecto Xanadú, la red universal de grandes ordenadores docuverses o máquinas literarias que imaginó Theodor H. Nelson [Replacing the printed word: A complete literary system, Ifip Proceedings, Oct. 1980, pp. 1013-23; o también: Literary Machines 87.1 (ed. en formato Guide para Macintosh). Owl International, 1987] en el que los autores, que generalmente no buscan dinero sino prestigio, enviarán los artículos directamente a los lectores, quizá después de pasar la revisión de un consejo de redacción igual que ahora, pero sin editoriales.
Fuente: Monitor, nº 138, agosto 1992.
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Esta información se publicó en la newsletter Information World en Español (IWE), n. 8, octubre de 1992, p. 4.