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Ciber-ingenuidad: algunos mitos de la sociedad de la información

Por Lluís Codina

 

 

Lluís Codina Bonilla es profesor de Documentación en la Universitat Pompeu Fabra, Barcelona.
Foto: CC BY Tomàs Baiget

 

 

 

El estupendo eslogan de las “autopistas de la información” y la fiebre desatada en torno al indudable éxito de la Internet, han puesto en circulación una serie de ideas sobre la información que están a punto de convertirse en ideologías y que merecerían, por ello, ser examinadas o, cuando menos, discutidas alguna vez.

Recordemos que, en uno de los sentidos clásicos que le atribuye la historia de la filosofía, un “mito” consiste en una visión deformada de la realidad, la cual produce el resultado de velar las cosas en lugar de desvelarlas. En otro sentido, naturalmente, la “mitología” describe simplemente un determinado sistema de pensamiento o una colección de relatos mágicos. Aquí utilizamos el término en la primera acepción y, así, diremos que los mitos que se van a discutir a continuación amenazan con convertirse en ideología y deformar nuestras concepciones sobre el tema.

En nuestra opinión, algunos de los tres mitos más difundidos, no siempre de forma explícita, en la cultura actual relacionada con las llamadas autopistas de la información son los siguientes:

1r. mito: la información al alcance de la mano
La idea implícita consiste en dar por supuesto que tener la información a mano –o, como dicen los ingleses, “en la punta de los dedos” (at your fingertips)–, es decir, al alcance de los sentidos, es lo mismo que tenerla al alcance del cerebro.

“Tener la información al alcance de la mano no es lo mismo que tenerla al alcance del cerebro”

Sin embargo, como es sabido, el consumo de la información supone un gasto psíquico y físico y, además, no siendo instantáneo el proceso de su consumo, implica una duración temporal que no puede reducirse arbitrariamente. Dicho de otro modo: si ponemos a alguien en medio de la Library of Congress, tendrá sin duda una gran información en la punta de los dedos, pero ello no garantiza que la tenga en la punta de su cerebro. Más aún, aunque disponga de años para leer documentos, nada garantiza que, después de cuatro años, por ejemplo, haya adquirido los conocimientos necesarios para escribir libros sobre filosofía o para practicar operaciones a corazón abierto, aunque sin duda la Library of Congress debe tener centenares de miles de libros y de revistas sobre Filosofía y Medicina.

¿Parece evidente? Pues no debe de serlo tanto cuando en alguna universidad, se ha propuesto, al parecer totalmente en serio, que un sistema de hipertextos y una red de microordenadores puede sustituir el papel del profesor en el aula.

2º mito: cuanta más información, mejor
Consiste en creer que mucha información es equivalente a mucha riqueza, como si la información fuera petróleo, por ejemplo. Como deberíamos saber los documentalistas mejor que nadie, más información no resuelve, hoy por hoy, absolutamente nada.

Si incrementamos el número de mensajes al cual nos sometemos, deberemos dedicar a cada uno de ellos una fracción de tiempo cada vez más pequeña, con el resultado final de que estaremos globalmente peor informados y de que nuestra capacidad para interpretar la realidad quedará cada vez más dañada. Pese a ello, aumenta alarmantemente el número de ciber-ingenuos que creen descubrir un filón cada vez que obtienen una dirección de Internet con la que consiguen llenar su disco duro con varios “megas” de información cada día.

¿Sirve para algo un sistema que nos llena de información, sólo porque nos llena de información?

Es decir, ¿sirve para algo un sistema que nos llena de información, sólo porque nos llena de información? La auténtica solución a las necesidades de información pasa más bien por determinar, a la vista de nuestra actividad profesional o la de nuestro cliente de turno, cuáles son sus factores críticos para el éxito, mirar de obtener exclusivamente aquellas informaciones que inciden sobre ellos y procesarlas o filtrarlas mediante buenos sistemas de gestión documental.

Los documentalistas no deberíamos dejarnos deslumbrar por la supuesta opulencia informativa de fuentes con gran volumen de información, o por el brillo de los sistemas multimedia, que no proporcionan medios para recuperar selectivamente la información por sus propiedades semánticas.

3r. mito: la interactividad de la información electrónica permitirá a los lectores participar en la redacción de las noticias
De todas las ideas absurdas sobre las autopistas de la información, ésta se lleva el “primer premio” y, sin embargo, últimamente es de las más repetidas en algunos foros dedicados a discutir sobre Internet.

¿Acaso los periodistas de una publicación electrónica se dedicarán a leer los mensajes de los lectores antes de escribir sus crónicas, sus reportajes, etc.?

Pero, veamos, ¿acaso los periodistas de una publicación electrónica se dedicarán a leer los mensajes de los lectores antes de escribir sus crónicas, sus reportajes, etc.? ¿Y cómo decidirán los medios su línea editorial? ¿Llamarán los directores a cada lector por teléfono para discutir sus ideas? ¿Qué pasará cuando, digamos, mil lectores sostengan un punto de vista y otros mil sostengan el punto de vista contrario? ¿O es que tal vez se publicarán todos los mensajes de los lectores tal como llegan? ¿Cada número de la revista tendrá unas 10.000 o 15.000 páginas de cartas de lectores y una o dos de los redactores? ¿Nos suscribiremos ansiosos a las publicaciones que más cartas publiquen de lectores y menos páginas de redactores?

A lo mejor alguien descubre entonces que es mejor cubrir las noticias mediante profesionales y permitir que escriban los artículos desde su propio punto de vista. Los lectores puede que descubran maravillados que prefieren leer, en general, opiniones de expertos más que de legos, así como artículos escritos por profesionales antes que por aficionados. Como sería quizá el único medio en aplicar ese revolucionario método, a lo mejor tendría un éxito grandioso, su autor ganaría el Premio Pulitzer, sería declarado benefactor de la humanidad y se dedicaría un monumento a su lucidez.

El origen de los mitos
Los tres mitos precedentes forman parte de la oleada de ciber-ingenuidad que nos azota, y que es hija, a su vez, de la tecno-simpleza, un azote aún más antiguo. La tecno-simpleza se caracteriza por ignorar la complejidad de la realidad y por creer, por poner un ejemplo de nuestro campo, que “si un documento trata sobre transportes se pone en la carpeta de transportes y se acabó”.

La versión actual consiste en creer que las cosas son diferentes sólo porque son cibernéticas, es decir, que si un tratado de química inorgánica se organiza como un hipertexto, no hacen falta profesores de química, o que existiendo la posibilidad de asignar un código alfanumérico de cinco caracteres a una tesis doctoral, entonces ya está bien indizada.

Formas más extremas de esa clase de ingenuidad mental, que todos hemos padecido en alguna medida, consisten en creer que cuando uno se dedica a intercambiar mensajes por la red, escapa a las limitaciones de este mundo, ya no existen intereses económicos ni sociales que le afecten y pasa a formar parte de un grupo de elegidos que están por encima del bien y del mal.

Muchas de las ideas erróneas sobre la información proceden también del hecho de creer que los sistemas de información pueden cambiar los sistemas económicos, las estructuras sociales, los modos de producción, las leyes de la cognición humana, etc.

Sin embargo, la historia nos demuestra hasta la saciedad que más bien es al revés, que son las estructuras económicas y los modos de producción los que determinan a los sistemas de información y de comunicación y que, en todo caso, ningún sistema de comunicación ha logrado cambiar, hasta ahora, algunas de las más tristes constantes de las sociedades humanas, por ejemplo la de recurrir a acciones de violencia extrema por motivos religiosos o étnicos, particularmente cuando, además, existen graves desequilibrios económicos en el seno de una comunidad.

Los historiadores nos recuerdan, en ese sentido, que desde la segunda guerra mundial han estallado cientos de guerras en todo el planeta y que su distribución, nada casualmente, tiene mucho que ver con la distribución de la miseria.

La prensa, por otro lado, nos transmite cada día imágenes de varias guerras crueles que están teniendo lugar en este momento en todo el mundo, incluida Europa, aunque eso sí, probablemente enviadas a través de una red digital de servicios integrados.

En conclusión: los documentalistas deberíamos ser mucho más inmunes a los ataques de la tecno-simpleza relacionados con temas de información, porque se supone que forma parte de nuestra profesión entender qué cosa es exactamente la información y qué podemos y qué no podemos esperar de ella.

Lluís Codina. Universitat Pompeu Fabra. Barcelona.
Tels.: +34-3-542 22 65 / 6; fax: 542 23 72
codina_lluis@fcsc.upf.es

Esta información se publicó en la revista Information World en Español (IWE), n. 35, junio de 1995, pp. 5-6.